Cariño, tú eres mi aliada
- Omar Castillo
- 4 may 2020
- 3 Min. de lectura
¿Y si regresamos a la época de la segunda guerra?, todo mundo desconfiaba el uno del otro por los infiltrados que se encontraban en todas partes, podía ser cualquiera: tu amigo, tu vecino, la niñera, tu esposa…
El inicio fue un poco confuso y caótico, tuvimos a Brad Pitt hablando francés, sólo que sonaba como canadiense y no como un parisino, algo que tú o yo podríamos dejar pasar pero, los espías son tan detallistas que sabrían que no eras de Francia.
Fue ahí donde la falsa esposa, Marianne Beausejour, complementó las cosas que Max Vatan ya sabía. Lo orientó correctamente con todo lo que tuvo qué hacer: dormir en el techo, correcta pronunciación de francés, vestimenta adecuada… Prácticamente fue su salvavidas en aquella misión en Casablanca.

Tras abatir al general enemigo, decidieron huir juntos, como prófugos completamente enamorados, sin preocupación alguna por ser rastreados o en dónde iban a vivir. En ese escape exitoso en coche eran únicamente Max y Marianne.
Después de huir, ambos decidieron reunirse en Londres para casarse y tener una vida normal pero, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial nadie es feliz porque todo siempre terminaba en destrucción.
Al nacer su hija, el agente es llamado por la agencia en la que trabaja aludiendo que se enviaron señales de radio por parte de un infiltrado, es en este punto donde Vatan comienza a sospechar de su esposa. Un sentimiento de inocencia invadió mi ser porque creí que todo saldría bien.

Posteriormente, nuestro espía logra colarse en una prisión en donde tenían a un compañero de la señorita Beausejour, él le afirma que ella sabía tocar el piano de una forma angelical. En ese momento nuestro protagonista supo que todo estaba mal ya que su esposa nunca había tocado el piano.
Al arribar a Londres, el investigador lleva a su mujer a un bar en donde había un piano y le dijo: “Marianne, quiero que toques el piano para mí”. Mi reacción fue de asombro al ver como la ladrona de identidad cerraba la tapa del instrumento con lentitud y le dijo que no sabía cómo hacerlo.
Así comenzó uno de los desenlaces más tristes que he presenciado en la pantalla grande. Comenzó con nuestro protagonista --acompañado de su familia-- rumbo a distintos puntos de la ciudad: comenzaron por la niñera —ella era una espía junto con el joyero— para seguir con la tienda de joyería, abatió a los dos y se dirigió al cuartel general para intentar escapar en un avión.
Desafortunadamente son acorralados, Marion Cotillard supo que no había escapatoria así que, mientras él discutía con su general, sale del auto con una pistola y se pegó un tiro por debajo de la mandíbula, cayendo al instante.

Algo murió dentro de mí en ese momento, ver cómo un padre de familia hizo todo lo posible para salvar a sus seres amados sin importar las consecuencias que podría traerle pero, esa fue la única manera en que iban a dejar en paz al padre y su hija.
Las lágrimas hicieron acto de presencia en cuanto vi la reacción del actor, era obvio que no pudo creer todo lo que estaba sucediendo y con las palabras del comandante: “Den la información de que el comandante Vatan abatió a la espía alemana”, supe que esta no fue una película de romance común y corriente, fue más que eso.
El filme cerró con una escena de Max y su hija en una granja, teniendo una vida tranquila después de que su esposa se sacrificó para que dejaran en paz a sus dos amores, teniendo un desenlace hermoso que nos hace recordar que no todo es siempre lo que aparenta.
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